Esta entrada empezó a gestarse en los prolegómenos de la navidad pasada, concretamente en uno de esos momentos que anuncia su llegada inminente y no, no hablo del encendido de las luces navideñas sino de la llegada a nuestro buzón del catálogo de juguetes de algún centro comercial. Y aunque hace tiempo que uno haya dejado de cumplir los criterios socio-demográficos para ser considerado un niño me sigue resultando difícil la tentación de hojearlo en cuanto cae entre mis manos.
No hace falta tener dotes de analista de mercados para detectar un continuo incremento de juegos y juguetes STEM. Quizás esta tendencia no sea más que una reacción lógica de las empresas jugueteras a esa corriente cada vez más mayoritaria de adultos que no conciben pronunciar la palabra juego o juguete sin que vaya seguido inmediatamente del adjetivo “didáctico”.
Cabe preguntarse si los juegos y juguetes STEM y sus supuestos efectos positivos en el desarrollo de la curiosidad y competencia científica tienen algún tipo de fundamento o son poco más que puro marketing, un canto de sirenas irresistible para los principales destinarios del mensaje que son las familias.
La periodista Chavie Lieber publicó en julio de 2020 un interesante artículo en The New York Times el que entrevistó a responsables de la industria juguetera, organizaciones de consumidores y expertos en psicología infantil para llegar a la conclusión de que prácticamente no existen evidencias que demuestren que estos juguetes ayuden a los niños a interesarse por la ciencia, la tecnología o la ingeniería ni por supuesto a desarrollar su competencia científica casi por generación espontánea.
No parece que las cosas vayan a cambiar demasiado mientras que no haya una exigencia por parte de las administraciones para demostrar la veracidad de las afirmaciones y promesas, la “eficacia probada” de estos juguetes. Tampoco ayuda que la propia categoría “STEM” sea un gran cajón de sastre en el que se entremezclan kits de construcción de bloques de madera con sofisticados dispositivos de robótica educativa.
Mención aparte merecen los evidentes sesgos de género detectados tanto en las estrategias publicitarias como en las decisiones de compra de juguetes STEM puesta de manifiesto en el trabajo de Inman y Cardella (2015), dos investigadores de la American Society for Engineering Education que analizaron los patrones de compra de juguetes STEM analizando las reseñas de los clientes en dos grandes tiendas online. Sus resultados demuestran que es dos o tres veces más probable que un niño sea el destinatario de un juguete de ingeniería que una niña. Otro dato interesante era que el 65% de las reseñas analizadas eran de padres o abuelos que compraron este tipo de juguetes para niños frente al 24 % en los que el regalo iba dirigido a niñas.
Finalizo esta reflexión con otro recuerdo de infancia. Las tardes lluviosas en las que calentábamos, mezclábamos y agitábamos sin ton ni son reactivos en los pequeños matraces del clásico Quimicefa. Como os podéis imaginar, en aquellas sesiones no había ni rastro de indagación, modelización o argumentación científica. Tampoco generaron en ninguno de los allí congregados vocaciones tempranas por el campo de la química. Y sin embargo nos lo pasábamos bien. Sin más. Y al final, quizás eso fuese lo único que realmente importa.